2. Capitalismo, imperialismo y crisis (II)

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2. Capitalismo, imperialismo y crisis (II)

         A todo esto hay que añadir dos elementos más: el carácter depredador del sistema está agotando recursos naturales imprescindibles para la vida y contaminando gravemente el planeta, llegando a poner en riesgo la supervivencia de la especie. Aun conscientes de la finitud del mundo donde habitamos, no consideran la posibilidad de renunciar al sistema que los sostiene y alimenta.

Su solución es, una vez más, que la tecnología se convierta en la vía de salvación. Agotándose el planeta, proponen ahora la conquista de la Luna y Marte como una alternativa viable para conseguir una nueva vida fuera del planeta, no para la especie, sino para las élites, la ilusión de que el desarrollo técnico productivo que nos destruye bajo los principios del capitalismo sea el que nos salve bajo esos mismos principios.

         Pero el recurso más importante para librarse de las crisis y de la caída tendencial de la tasa de ganancia es la denominada destrucción creativa: la guerra como mecanismo para destruir todo aquello que se considere ineficaz, obsoleto, improductivo, para renacer. La guerra produce además el terror suficiente para que los sobrevivientes acepten vivir y trabajar en unas condiciones inaceptables en tiempos de paz.

         La guerra alimenta el denominado complejo militar industrial, que engloba, no solo las industrias militares, el armamento y las municiones, sino las industrias tecnológicas de la química y la cibernética, así como la maquinaria económica crediticia e inversionista. La importancia de este complejo es de tal envergadura que ya el propio presidente de los EE. UU., Dwight Eisenhower, declaró ante el Congreso en 1961 que ese complejo militar industrial era incompatible con un estado democrático. Posteriormente se argumentaría, de forma fundamentada, que el complejo militar industrial es actualmente el motor del imperialismo. Lo que sí es seguro es que genera inmensos beneficios a quienes invierten en él y que el capitalismo actual no puede prescindir de él.

         Las fuerzas que pueden frenar y revertir este proceso son las que sufren en primera instancia sus consecuencias; por un lado, los países, pueblos y regiones sometidos a la dominación imperialista y por otro las masas de obreros y trabajadores desposeídos, obligados a vivir en un sistema que los desprecia y explota en beneficio de las élites, impidiendo el objetivo colectivo del pleno desarrollo humano en todos los ámbitos de la vida.

         El sistema colonial saqueó durante siglos y hasta hoy (la última colonia europea, El Sáhara Occidental, aún no ha sido descolonizado), creando un flujo de riqueza desde las colonias hacia la metrópoli basado en la apropiación de sus riquezas naturales y en la explotación brutal de sus trabajadores, presionados por ejércitos coloniales implacables. Hoy día han cambiado las formas y hablamos de neocolonialismo, de territorios de ultramar, pero en esencia nada ha cambiado.

         Bajo diferentes disfraces, el saqueo continúa imponiéndose por medio de la fuerza y de la violencia en cualquiera de sus formas, cada día más atroces. Desde que se llevaron a cabo los procesos de descolonización en la segunda mitad del siglo XX, solo en África se contabilizan oficialmente cerca de 12 millones de víctimas mortales y más de 85 millones de desplazados que tratan de escapar de la violencia y la miseria que ha impuesto el imperialismo en ese continente.

         Este proceso de saqueo y desposesión necesarios para mantener el flujo de transferencias de riqueza de la periferia al centro ha cambiado profundamente de actores en las últimas décadas. Aunque en el sistema colonial ya existían compañías que gestionaban y se beneficiaban de este proceso, eran los estados de las metrópolis las que ordenaban, dirigían y gestionaban este proceso. Hoy día, las compañías, las corporaciones, el capital privado ha tomado el control como actor hegemónico y es el beneficiario directo de la apropiación de esa riqueza.

         Tras la Segunda Guerra mundial emergió un nuevo orden; la reconstrucción de Europa supuso una nueva fuente de negocios y la renovación tecnológica de extensas áreas productivas. Durante los primeros años, la mano de obra sobreviviente tuvo que aceptar grados de sobreexplotación en condiciones de mera supervivencia, lo que incrementó la influencia del comunismo en toda Europa. Conscientes de esta situación, en EE.UU. diseñaron un plan de ayudas económicas promovido por el senador Vandenberg, el mismo que había impulsado la guerra fría, denominado plan Marshall.

         Este plan tenia como objetivos frenar la influencia comunista, implantar el modelo empresarial estadounidense, introducir sus corporaciones, modernizar la industria y desregular el comercio. Esa colonización económica tuvo mas efecto en la implantación de un modelo que en la efectividad de las ayudas, que solo supusieron un incremento del 0,3 % del PIB en los países receptores en los 4 años que duró el plan.

         Al tiempo que Estados Unidos construía su hegemonía económica e ideológica, construía su hegemonía militar: la expansión militar alcanzó a todo el planeta, sustentada en las bases militares y la OTAN e impulsando el complejo militar industrial, elemento esencial de la construcción de la hegemonía norteamericana.

 

Coordinadora Estatal Contra la OTAN y las Bases

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