Pérdida del poder hegemónico de USA
El Pentágono dice que el período de superioridad estadounidense
en tecnología militar ha terminado
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La jefa de departamento Mara Karlin señaló que el país necesita intercambiar experiencias y avances con los aliados
El período de superioridad estadounidense en tecnología militar ha terminado; Washington necesita aprender de otros países. Esta opinión fue expresada por la Subjefa de Estrategia, Planificación y Capacidades del Pentágono, Mara Carlin, hablando el miércoles en el Instituto Ronald Reagan.
Dijo que Estados Unidos debería simplificar el Reglamento sobre el Tráfico Internacional de Armas (ITAR), que rige la exportación de tecnología militar estadounidense, ya que dificulta compartir los avances con socios y aliados.
“Ellas [las regulaciones sobre el comercio de armas] fueron diseñadas para una época en la que Estados Unidos tenía la ventaja en tecnología militar y no aprendimos mucho de los demás. Las cosas han cambiado, este ecosistema se ve diferente ahora. Y debido a que se ve diferente, “Hay mucho que aprender, así como mucho que compartir con nuestros aliados y socios”, afirmó.
Economía tecnológica, tecnología militar
La literatura militar soviética de los 70 señaló, acertadamente, que Estados Unidos estaba poniendo énfasis en desarrollar redes de comunicación, sensores avanzados y armas de precisión de largo alcance. Y que esos desarrollos tecnológicos iban a permitir a Estados Unidos atacar la retaguardia enemiga y desbaratar los planes soviéticos de atacar en sucesivas oleadas. Pero la clave del salto tecnológico militar no estaba en las propias fuerzas armadas, sino en la propia transformación tecnológica de la economía, la estadounidense en concreto y las occidentales en general. La masa de trabajadores de los sectores primarios y secundarios se estaba reduciendo proporcionalmente, mientras se expandía el del sector servicios. El presidente soviético Nikita Jrushchov había anticipado que la URSS “enterraría” a Estados Unidos, dando a entender que su producción minera e industrial superaría a la norteamericana. Pero Estados Unidos iba camino de convertirse en lo que sociólogos como Alain Touraine (1969) y Daniel Bell (1973) denominaron “sociedad postindustrial”.
El trampolín tecnológico estadounidense no estaba en la expansión del peso del sector servicios frente a la agricultura y la industria, sino como los tres sectores iban a ser transformados por las (entonces sí) nuevas tecnologías de la información y comunicación. En 1971, la empresa californiana Intel presentaba el 4004, el primer microprocesador en una sola cápsula o chip. En 1974, Vint Cerf y Bob Kahn presentaron un artículo académico donde exponían los fundamentos de un protocolo de comunicación para redes distribuidas, esto es, sin una jerarquía definida, que respondía a la necesidad de hacer resistente la infraestructura de comunicaciones a una guerra nuclear. Sería la base de una futura red llamada internet. Pero dónde EEUU puso a prueba estas nuevas tecnologías militares no fue ante la URSS en Europa Central, sino en las arenas del sureste de Irak. El 17 de enero de 1991 comenzó la campaña de fuerzas aliadas lideradas por Washington para liberar el Emirato de Kuwait, invadido por un Saddam Hussein agobiado por las deudas de la larga guerra Irán-Irak. La campaña aliada arrancó con semanas de bombardeos en el que se emplearon desde aviones de ataque invisibles al radar a misiles de crucero, pasando por bombas guiadas por láser que se podían hacer entrar por una ventana. Finalmente, el 22 de febrero arrancó la campaña terrestre que se caracterizó por un gran “gancho de izquierda” en el que el grueso de las fuerzas acorazadas aliadas no chocó de frente contra el enemigo, sino que golpeó un flanco de las fuerzas iraquíes. La victoria estadounidense frente a Irak fue catártica. Hubo un desfile de la victoria con confeti y serpentinas en el corazón de Nueva York. La prensa habló de que el “fantasma de Vietnam” había sido enterrado definitivamente. Y los militares y analistas aseguraron con entusiasmo de que Estados Unidos había inaugurado una nueva era de guerra tecnológica. En 1992, el jefe del estado mayor de las Fuerzas Armadas estadounidenses, el general Colin Powell, firmaría un artículo titulado Guerreros de la Era de la Información y, al año siguiente, John Arquilla y David Ronfeldt, analistas de la RAND Corporation, titularían entre signos de exclamación ¡La ciberguerra está llegando! Por aquel entonces, el concepto soviético de revolución tecnológico-militar empezó a circular por el Pentágono.
Y surgió la duda, ¿y si los soviéticos habían tenido razón desde el principio y Estados Unidos había alumbrado una revolución tecnológica en el plano militar de la que los propios estadounidenses no habían sido conscientes?
El debate llegó a la mesa de Andrew Marshall, un experto que lideraba una oscura oficina en el Pentágono encargada de evaluar las capacidades de las fuerzas soviéticas. Marshall organizó grupos de trabajo, debates y hasta encargó a un subordinado suyo un informe que no sería desclasificado parcialmente hasta varios años después. La conclusión de Marshall es que, efectivamente, se estaba asistiendo a una revolución tecnológica en el campo militar que obligaba a replantear no solo la doctrina militar, sino la propia organización y estructura de las Fuerzas Armadas.
Aunque la visión estadounidense posterior a la Guerra del Golfo en 1991 era optimista, Marshall estaba preocupado de que no se entendiera completamente la naturaleza del cambio y que en Estados Unidos se asumiera que meramente se asistía a un cambio tecnológico. Para no emplear un término de origen soviético y tratando de ampliar el foco más allá de lo tecnológico, acuñó el concepto revolución de los asuntos militares.
En el seno de la Unión Soviética se había anticipado el salto tecnológico que iba a dar la defensa estadounidense, pero resultó imposible imitarlo o contrarrestarlo. El problema fundamental es que la clave de aquella transformación, como vimos, no estaba únicamente en la tecnología militar. Sino que era el resultado de un salto tecnológico de la economía estadounidense en su conjunto. Aquel salto fue imposible de dar a la Unión Soviética. Una de las explicaciones más interesantes la proporciona uno de los alumnos de uno de los padres del concepto “sociedad posindustrial”. El sociólogo Manuel Castells formaría parte de los asesores extranjeros que aterrizaron en Rusia tras la caída del comunismo y volcaría lo que aprendió allí del fracaso soviético a la hora de incorporar las nuevas tecnologías de la información en su obra cumbre: La era de la información. Un régimen autoritario como la Unión Soviética era incompatible por definición con el desarrollo de tecnologías que permitían compartir información libremente. Además, la economía planificada generaba enormes ineficiencias que fue dejando descolgada a la Unión Soviética frente a Estados Unidos. Justo cuando Estados Unidos se preparaba en la década de los años 70 para dar el gran salto, la Unión Soviética arrastraba los años del estancamiento de la era Brezhnev.
La incógnita china
La victoria aliada frente a Irak en 1991 no pasó desapercibida para los potenciales competidores de Estados Unidos. El ejército iraquí había empleado abundante material soviético y chino frente a las fuerzas aliadas. Así que en Pekín se tomó nota con alarma de la brecha tecnológica. El concepto de guerra tecnológica con sensores avanzados, redes de comunicaciones y armamento inteligente fue estudiado en China y en la Rusia postcomunista para generar sus propias formas de guerra tecnológica de alta intensidad. La preocupación por cómo los competidores estaban cerrando la brecha de capacidades, tras aplicar las lecciones de la revolución de los asuntos militares, llevó a Estados Unidos a lanzar en 2014 una iniciativa para dar otro gran salto tecnológico que definirá el mundo multipolar venidero.
El pobre papel de las fuerzas armadas rusas en la segunda invasión de Ucrania ha resultado una sorpresa. Han pesado demasiado los problemas estructurales de unos ejércitos que han resultado ser un reflejo de la sociedad en la que se insertan. Al final, se ha demostrado que Rusia no tenía presupuesto suficiente necesario para adoptar masivamente los desarrollos tecnológicos que había mostrados en ferias comerciales y desfiles proselitistas. Pero aquí la incógnita es China.
Tenemos un régimen autoritario capaz de poner todos los recursos del Estado para desarrollar, robar y copiar tecnología. Desde estudiantes en el extranjero cursando programas de investigación sensibles, al robo de propiedad intelectual de empresas occidentales que consideran el mercado chino demasiado jugoso para ser ignorado, la casuística china de robo de tecnología es extensa. Tampoco hay que olvidar que China es un gigante que por mera cuestión estadística es capaz de encontrar entre su población talento de primera fila. Y hay una estrategia gubernamental clara de convertirse en el líder tecnológico del mundo que viene.
Por otro lado, tenemos las dudas sobre si el sistema educativo y el ecosistema empresarial chino será capaz de crear el entorno de innovación que le permita adelantar a Occidente en toda una serie de campos clave. Aunque vivamos bajo la ilusión de que todo se fabrica en China, Occidente sigue monopolizando el liderazgo en un buen número de tecnologías clave que son auténticos cuello de botella para la primacía china. La inteligencia artificial y otras tecnologías van a cambiar muchas actividades tal como las conocemos. Como en la vieja Guerra Fría, la próxima revolución militar no se fragua en los ejércitos sino en universidades y empresas.
Agencias